9.15.2008

i better be quiet now


Y ahora me siento inquieta, entre los libros veo pedazos de cemento que se cayeron de mi muralla, o acero. Ahora me muevo un poco,
me muevo tanto como para irme de mi casa (que no es) y caminar hasta el mar.
Los hilos me brotan a falta de acero y hacen ruido, un ruido como de vapor en los ojos, de calada que se quema el papel, de construcción de casita de madera. Es que me encuentro fuera de un relato que debería tomar en mis manos como una manzana y devorarlo. Pero el tiempo es tiempo y no es estático, las letras no lo son.

Entonces a veces hay que hacer lo que hubiese escrito el otro, protagonizar el sueño que soñaste, dejar de estar inquieto y también dejar de estar quieto, protegido después.
Cuando las letras se escriben con tinta no se borran tan fácil. Lo que se cuenta en ese libro cerrado (que no se está contando porque está cerrado) va a suceder cuando alguien no pueda soportar la tentación.
Abrirlo donde se dejó y entonces comienzan los resquebrajos, el ruido, las manzanas,

no se bebe
no se fuma
no sé

se agigantan las cavilaciones a paso de gigante. No hay más inconsciencia de muralla, de libro cerrado. Está cerrado pero existe, verde, inmaculado, casi casi arruinado, pero no, pero puro, umbilical. Un viento hace mecer las hojas y algunas palabras se escapan y forman hilos que se amarran a la piel. Hilos de los que se tira, se tira, se sigue tirando porque las palabras destilan un perfume maldito, demoníaco.
Cada vez mi cavilar enredado es atraído más y más por un nudo que pende del libro. Y la muralla, siempre delante mío, dejándome inmovilizada en la inquietud, sin poder estirar la mano para abrirlo y terminar la lectura. Empezar la lectura


Quiero que las cosas sean continuas. No amalgamarse igual.
No un hundimiento.
No levitar, tampoco levitar.
Simplemente que la vida se suceda, yendo y viniendo, de hundirse a levitar, de manera que no haya hundimiento de la vida ni levitar de ella para siempre.
Ayer el mundo se coló en mis pulmones de una manera tan profunda que mis ojos se llenaron de lágrimas, de la sal increíblemente viva que surge cuando vemos lo intangible.


Sin permitirse clavar la mirada, ni siquiera hablar, poder hacer rodar una bola que crece del lado interno de la piel hasta tomar un tamaño tan grande que la traspasa y los perfumes deslizándose en forma de letras por las clavículas nos mantienen absolutamente mudos, absolutamente inundados, absortos en el invierno vacío inmiscuyéndose entre los cuerpos, entre la sal.