ni los beatles derriten esta roca dura durita

La tarde del sábado fue de compras, compras en un día frío de lluvia que lavaba. Libertad del solitario por decisión: mímese mucho, escuche ese disco, cómprese el atuendo que tan lindo le queda, y otro, y otro. Mójese, empápese en la puerta del museo mientras termina otro cigarrillo, coma lo que le guste. No voy a tener menos frío si dejo fluir las palabras. Así que las veo en la pantalla, y la lágrima nonono, control, no se siente, no se habla.
A la noche hubo reencuentro para todos los amigos.
N y P cocinaron con mucho amor, como el que tienen el uno por el otro, lo cual produce que yo los ame, más si les salen tan ricas las cenas. Tanto amor que calcularon mal, comida como para toda una semana, y estaba riquísima la mexicaneada. Sí, hasta hubo picada antes del trigo y las enchiladas.
Pero dónde estaba yo, con pocas horas de sueño, escuchando la risa como un eco, atontada.
¿Qué carajo? ¿Qué es este desentumecimiento?, tan repentino, tan inesperado. Quería gritar,
y me callaba.
Me callo. A mí no me pasa nada. Estoy más tranquila así dura durita, una roca.
Todos terminaron de comer. Hubo una hilarante sobremesa de la que no participé. Decidí ordenar la cocina y en el comedor Pat Metheny y ya deseosos de postre.
L vino a buscar las bananas y el kilo de dulce de leche que P compró en su desborde de felicidad, felicidad que surge seguro del problema de cómo hacer para que el chocolate no sea un must para el postre porque a ella no le gusta y para que los demás no se den cuenta tapó bien tapada la falta de chocolate con un kilo de dulce de leche, y lo logró: el postre bien criollo dejó a todos contentos y con ganas de dormir.
Lavar las copas a veces puede volverse una terapia, esta vez lo fue. Lavé las copas y los platos y los cubiertos y una que otra olla y. El silencio del agua que limpia, se lleva los restos de salsa con el detergente y con suerte, también esta sensación que quema como el chile y la pimienta.